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DIOS Y NUESTROS PECADOS

En nuestro mundo moderno se tiene la costumbre de cerrar los ojos ante lo que se sabe que es reprensible... con la condición de no tener que sufrir por ello. Esto le permite a uno hacer casi todo lo que le viene en gana.

La tolerancia es generalmente considerada como la manifestación de una civilización desarrollada. Por ello se incluye que si Dios existe, debe ser tan indulgente como nosotros. ¡Qué error! En efecto, la humanidad y cada ser humano en particular tendrá que rendir cuentas al Creador. Dios es el juez de toda la tierra, y todos nosotros compareceremos ante él. Dios, el Dios justo y santo, no sería fiel a sí mismo si no castigara el mal.

Nosotros, los creyentes, que éramos pecadores y culpables, sabemos bien lo que Dios hizo para evitarnos una condenación eterna y sin apelación: nos amó y halló un sustituto, un hombre justo, sin pecado, quien cargó con el castigo que nosotros merecíamos. Ese sustituto, que no se pudo hallar en el género humano, fue dado por Dios: su Hijo unugénito, semejante a un hombre, vino a la tierra y murió en nuestro lugar.

Así Dios no fue indulgente con nuestros pecados; los puso sobre la cabeza de su Amado Hijo, quien sin tener faltas, tuvo que sufrir el jucio por las nuestras.

La certeza de nuestra salvación descansa en el sacrificio de Cristo; a travéz de él, Dios adopta a los redimidos de su Hijo. ¡Qué amor y qué motivo de adoración!

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